Rudi y Silvia, junto a sus tres hijos Martín, Federico y Silvina, escapan de la gran ciudad a su quinta para disfrutar las vacaciones de invierno. Cuando Rudi abre la puerta un olor nauseabundo sale del interior; la casa estuvo ocupada. Rudi se lanza de lleno a la tarea de convencer a los vecinos de que el culpable es Tomás, el casero del barrio, a quien pretende echar. Lejos de la mirada de los adultos, los niños vagan mientras tanto por el barrio, cometen errores, curiosean, hasta que sucede algo horrible. Rudi deberá entonces cambiar de planes, cuidar su casa, enterrar el espanto: la superficie es su único mundo posible.